Es cierto que en Nueva York puedes alimentarte a base de hamburguesas, perritos calientes y pizzas; pero al contrario de lo que muchos creen, también puedes comer rico y sano. Al fin y al cabo, la fast food ha invadido todos los países (creo que ya he comentado que el centro de Toulouse huele a mozzarella y tomate); pero la Gran Manzana, como capital del mundo que es, ofrece lugares y comidas de todos los rincones del planeta. Lo que sí está claro es que saldréis de aquí con unos cuantos kilos de más 😉
Cuando las futuras visitas me piden recomendaciones para comer, la respuesta es complicada y larga, ya que el listado puede ser infinito… así que empecemos con un buen brunch (esto que se ha puesto de moda últimamente y que no deja de ser lo que antes hacíamos cuando nos levantábamos con resaca: un desayuno-comida). Uno de mis preferidos –y sugerido por mi amiga Sara- es Sarabeths, hay uno en Tribeca –donde puedes coincidir con Beyonce o Robert De Niro- y otro a los pies de Central Park. Pero los huevos benedictinos más ricos que he comido ha sido en el barrio Hell’s Kitchen, en el 44&X. También es muy conocido Jack’s Wife Freda, entre el Soho y Little Italy. En cualquier caso, los sábados y domingos se puede disfrutar de un buen brunch en casi cualquier sitio de la ciudad. Al lado del laboratorio donde trabaja mi marido hay un sitio de lo más ‘corrientón’ (Orion Diner & Grill) pero donde todos los platos están para chuparse los dedos.
Hay sitios que no destacan por la comida, sino por lo que el lugar nos ofrece de original y divertido. Voy a empezar por recomendar el Ellen’s Stardust, donde los camareros son personas que quieren trabajar en musicales de Broadway y montan su propio espectáculo entre las mesas de esta hamburguesería ubicada en Times Square. ¡Podéis encontrar mucha cola para entrar, pero el entretenimiento está asegurado! ¡¡Yo me lo pasé pipa y tuve que luchar contra mis ganas de arrancarme por bulerías!! Jajajaja. No muy lejos de ahí, está el Dallas BBQ donde todo es grande. Grande no, ¡¡¡enorme!!! Las costillas parecen de dinosaurios y los cócteles que sirven son para Gulliver. El Chelsea Market es otro lugar que merece la pena visitar (entre las calles 15 y 16 y las avenidas 9 y 10). Lo construyó en 1890 la fábrica de galletas Nabisco, la marca que elabora Chips Ahoy, Oreo –mis favoritas- o las galletitas saladas Ritz; y hoy en día lo ocupan diversos puestos con alimentación fresca y pequeños locales donde comer desde un bogavante hasta un crep de chocolate. Y si a la comida le añades música, no puedo dejar de hablar de la sala Blue Note (en el Greenwich Village) donde se dan cita los mejores grupos de jazz del panorama actual. Allí se puede disfrutar de un concierto mientras cenas cualquier día de la semana o puedes también optar por sus brunch de weekend.
Culinariamente hablando, lo que me ha robado el corazón en Nueva York es el brisket, la carne que tiene la vaca en el pecho y que se asa a las brasas muuuuuy lentamente. Y no la hacen en ningún sitio tan sabrosa como en el Mighty Quinn’s Barbeque (yo tengo cerca de casa el de East Village, pero hay varios por toda la ciudad). Otro gran descubrimiento fue la afición de los newyorkinos por las alitas de pollo, que también te las sirven muy ricas en cualquier establecimiento; y ¡¡por la comida al peso!! Prácticamente todos los supermercados del centro tienen un bufet con una variedad inmensa (desde todo tipo de ensaladas hasta guisos o shushi) donde coges, en un tupper de plástico, lo que quieras y pagas según el peso de lo escogido. Así, si tu visita a la Gran Manzana coincide en verano, podrás ver a miles de personas comiendo al aire libre, aprovechando cualquier trocito de verde o de fuente donde poder llenar el estómago disfrutando del buen tiempo. Contrariamente a lo que pueda parecer esta comida suele estar poco grasienta, ser muy sabrosa y nada dañina para el bolsillo. Y el último hallazgo que puedo recomendaros es un ucraniano que abre sus puertas las 24 horas del día en East Village (144 2nd Avenue). Es el tercer mejor restaurante 24 horas de EE.UU. y el primero de Nueva York.
En Manhattan también son muy frecuentes los mexicanos. En cada calle puedes encontrar una franquicia de Chipotle o el Dos Toros pero, personalmente, me encantó el Tacombi Fonda de Nolita, por la comida, por el sitio y por el trato. Y los dinner, anunciados normalmente con luces de neón, son muy comunes y muy recomendables. ¿Qué qué es un dinner? Pues el bar del barrio, el de toda la vida, donde comas lo que comas está rico y las raciones son abundantes y nada caras. Donde puedes desayunar, comer, tomar el café y cenar. Esta idea llevada a Nueva York es un bar especializado en fritos, sándwiches y sopas, donde la carta de postres es interminable. Mi preferido es Big Daddy (en la 239 Park Ave) y, si vais, de postre pedid el batido de chocolate y Oreo… Uuummm…
Llegados a este punto, voy a centrarme en las tres básicas: pizza, hamburguesas y perritos calientes. De la primera recomiendo el Joe’s Pizza (en su pequeño local de Greenwich Village puedes comerte una porción mientras ves las fotos de todos los famosos del mundo mundial con el dueño del negocio). El Roberta’s, en Boushwick (Brooklyn) también tiene mucha fama. Respecto a las hamburgesas, las opciones son muchas: la cadena Shake Shak; Hamburguesa Jackson Hole; Burguer Joint, Black Iron Burguer -en la calle 38-, la cadena Five Guys –que ha perdido ‘gracia’ desde que decidió instalarse hace unos meses en Madrid-; Bareburguer –la tenemos al lado de casa y ofrecen hamburguesas que tienes que comer con tenedor y cuchillo-… ¡uf! El listado puede ser muy grande. Por último, nadie puede irse de Nueva York sin comerse un perrito caliente de los puestos callejeros. El rey de los hot dog es el Nathan’s, un clásico que abrió sus puertas en 1916 en Coney Island. Cuenta la leyenda que el 4 de julio de ese año cuatro inmigrantes se retaron a un concurso de comer perritos calientes. Verdad o invención lo cierto es que, desde 1978, Nathan’s celebra una multitudinaria competición de comer perritos calientes. Hay dos categorías, masculina y femenina, y las reglas son sencillas: comer tantos perritos calientes como se pueda.
Como veis, al final se agradece tener que caminar mucho en la ciudad de los rascacielos ¡¡para poder bajar los excesos gastronómicos!! No sé a vosotros, pero a mí me ha entrado el hambre… Bon appétit!