Bon appétit!!

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Costillar del Dallas BBQ.

Es cierto que en Nueva York puedes alimentarte a base de hamburguesas, perritos calientes y pizzas; pero al contrario de lo que muchos creen, también puedes comer rico y sano. Al fin y al cabo, la fast food ha invadido todos los países (creo que ya he comentado que el centro de Toulouse huele a mozzarella y tomate); pero la Gran Manzana, como capital del mundo que es, ofrece lugares y comidas de todos los rincones del planeta. Lo que sí está claro es que saldréis de aquí con unos cuantos kilos de más 😉

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Huevos benedictinos de Orion Diner & Grill.

Cuando las futuras visitas me piden recomendaciones para comer, la respuesta es complicada y larga, ya que el listado puede ser infinito… así que empecemos con un buen brunch (esto que se ha puesto de moda últimamente y que no deja de ser lo que antes hacíamos cuando nos levantábamos con resaca: un desayuno-comida). Uno de mis preferidos –y sugerido por mi amiga Sara- es Sarabeths, hay uno en Tribeca –donde puedes coincidir con Beyonce o Robert De Niro- y otro a los pies de Central Park. Pero los huevos benedictinos más ricos que he comido ha sido en el barrio Hell’s Kitchen, en el 44&X. También es muy conocido Jack’s Wife Freda, entre el Soho y Little Italy. En cualquier caso, los sábados y domingos se puede disfrutar de un buen brunch en casi cualquier sitio de la ciudad. Al lado del laboratorio donde trabaja mi marido hay un sitio de lo más ‘corrientón’ (Orion Diner & Grill) pero donde todos los platos están para chuparse los dedos.

Hay sitios que no destacan por la comida, sino por lo que el lugar nos ofrece de original y divertido. Voy a empezar por recomendar el Ellen’s Stardust, donde los camareros son personas que quieren trabajar en musicales de Broadway y montan su propio espectáculo entre las mesas de esta hamburguesería ubicada en Times Square. ¡Podéis encontrar mucha cola para entrar, pero el entretenimiento está asegurado! ¡¡Yo me lo pasé pipa y tuve que luchar contra mis ganas de arrancarme por bulerías!! Jajajaja. No muy lejos de ahí, está el Dallas BBQ donde todo es grande. Grande no, ¡¡¡enorme!!! Las costillas parecen de dinosaurios y los cócteles que sirven son para Gulliver. El Chelsea Market es otro lugar que merece la pena visitar (entre las calles 15 y 16 y las avenidas 9 y 10). Lo construyó en 1890 la fábrica de galletas Nabisco, la marca que elabora Chips Ahoy, Oreo –mis favoritas- o las galletitas saladas Ritz; y hoy en día lo ocupan diversos puestos con alimentación fresca y pequeños locales donde comer desde un bogavante hasta un crep de chocolate. Y si a la comida le añades música, no puedo dejar de hablar de la sala Blue Note (en el Greenwich Village) donde se dan cita los mejores grupos de jazz del panorama actual. Allí se puede disfrutar de un concierto mientras cenas cualquier día de la semana o puedes también optar por sus brunch de weekend.

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Brisket de Mighty Quinn’s Barbeque.

Culinariamente hablando, lo que me ha robado el corazón en Nueva York es el brisket, la carne que tiene la vaca en el pecho y que se asa a las brasas muuuuuy lentamente. Y no la hacen en ningún sitio tan sabrosa como en el Mighty Quinn’s Barbeque (yo tengo cerca de casa el de East Village, pero hay varios por toda la ciudad). Otro gran descubrimiento fue la afición de los newyorkinos por las alitas de pollo, que también te las sirven muy ricas en cualquier establecimiento; y ¡¡por la comida al peso!! Prácticamente todos los supermercados del centro tienen un bufet con una variedad inmensa (desde todo tipo de ensaladas hasta guisos o shushi) donde coges, en un tupper de plástico, lo que quieras y pagas según el peso de lo escogido. Así, si tu visita a la Gran Manzana coincide en verano, podrás ver a miles de personas comiendo al aire libre, aprovechando cualquier trocito de verde o de fuente donde poder llenar el estómago disfrutando del buen tiempo. Contrariamente a lo que pueda parecer esta comida suele estar poco grasienta, ser muy sabrosa y nada dañina para el bolsillo. Y el último hallazgo que puedo recomendaros es un ucraniano que abre sus puertas las 24 horas del día en East Village (144 2nd Avenue). Es el tercer mejor restaurante 24 horas de EE.UU. y el primero de Nueva York.

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En el interior del Tacombi.

En Manhattan también son muy frecuentes los mexicanos. En cada calle puedes encontrar una franquicia de Chipotle o el Dos Toros pero, personalmente, me encantó el Tacombi Fonda de Nolita, por la comida, por el sitio y por el trato. Y los dinner, anunciados normalmente con luces de neón, son muy comunes y muy recomendables. ¿Qué qué es un dinner? Pues el bar del barrio, el de toda la vida, donde comas lo que comas está rico y las raciones son abundantes y nada caras. Donde puedes desayunar, comer, tomar el café y cenar. Esta idea llevada a Nueva York es un bar especializado en fritos, sándwiches y sopas, donde la carta de postres es interminable. Mi preferido es Big Daddy (en la 239 Park Ave) y, si vais, de postre pedid el batido de chocolate y Oreo… Uuummm…

Llegados a este punto, voy a centrarme en las tres básicas: pizza, hamburguesas y perritos calientes. De la primera recomiendo el Joe’s Pizza (en su pequeño local de Greenwich Village puedes comerte una porción mientras ves las fotos de todos los famosos del mundo mundial con el dueño del negocio). El Roberta’s, en Boushwick (Brooklyn) también tiene mucha fama. Respecto a las hamburgesas, las opciones son muchas: la cadena Shake Shak; Hamburguesa Jackson Hole; Burguer Joint, Black Iron Burguer -en la calle 38-, la cadena Five Guys –que ha perdido ‘gracia’ desde que decidió instalarse hace unos meses en Madrid-; Bareburguer –la tenemos al lado de casa y ofrecen hamburguesas que tienes que comer con tenedor y cuchillo-… ¡uf! El listado puede ser muy grande. Por último, nadie puede irse de Nueva York sin comerse un perrito caliente de los puestos callejeros. El rey de los hot dog es el Nathan’s, un clásico que abrió sus puertas en 1916 en Coney Island. Cuenta la leyenda que el 4 de julio de ese año cuatro inmigrantes se retaron a un concurso de comer perritos calientes. Verdad o invención lo cierto es que, desde 1978, Nathan’s celebra una multitudinaria competición de comer perritos calientes. Hay dos categorías, masculina y femenina, y las reglas son sencillas: comer tantos perritos calientes como se pueda.

Como veis, al final se agradece tener que caminar mucho en la ciudad de los rascacielos ¡¡para poder bajar los excesos gastronómicos!! No sé a vosotros, pero a mí me ha entrado el hambre… Bon appétit!

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Batido de chocolate y Oreo del Big Daddy.

La Gran Manzana a golpe de ‘selfie’

Ahora que por fin llega el buen tiempo, también parece que se animan los amigos a visitarnos y aprovechar la oportunidad de tener un sofá-cama en Manhattan… Siempre dije que este blog no sería una guía turística al uso, sino mis propias vivencias en la Gran Manzana. Pero no puedo dejar pasar la oportunidad de hacer un pequeño recorrido por la ciudad dando ideas de dónde hacerse la mejor selfie y algún consejo para los futuros turistas.

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Desde luego que las alternativas son infinitas puesto que infinitas son las opciones que ofrece Nueva York al viandante, así que me regiré por la experiencia vivida con mis padres, los primeros en visitarnos, y resumiré qué hacer durante unos días en la ciudad.

Los imprescindibles, sin duda, y archiconocidos por todos son:

  • Times Square. Nunca pensé que unos carteles publicitarios pudiera suscitar tanto IMG_0038[1]interés ¡pero creo que es la zona de Nueva York donde más turistas se pueden ver! Y hay que verlo de día y de noche (cuando tienes que hacer un verdadero esfuerzo por mirar el cielo y ver la oscuridad ya que la cantidad de luz de esta zona te hace estar en un permanente día).
  • El distrito financiero Wall Street, origen de la actual ciudad y donde se encuentran los edificios más antiguos. Recomiendo ir en días laborales y así poder entrar en edificios como los juzgados o las Cortes y palpar el verdadero ajetreo de la zona.
  • La Estatua de la Libertad. Puedes contratar el tour para verla, sale sobre unos 20 dólares e incluye la isla Ellis –donde está el Museo de Inmigración, ya que durante años este trozo de tierra fue la aduana de la ciudad-, pero, sinceramente, no lo recomiendo. Puedes verla de cerca y fotografiarla cogiendo el ferry gratuito que cada poco pasa a Staten Island, al otro lado de la isla. ¡Hasta Ikea tiene un ferry que te traslada de un lado al otro del río y desde el que se puede ver la estatua!
  • La Zona Cero, en homenaje a las víctimas del atentado del 11-S. La verdad es que el memorial impresiona bastante… merece también la pena entrar en el museo ($24) y viajar a aquel fatídico día de septiembre de 2001 cuando más de 2.900 personas perdieron la vida.
  • Brooklyn Bridge. Este puente es uno de mis lugares favoritos y también recomiendo pasearlo y verlo de día y de noche. Si lo recorres hacia el barrio de Brooklyn, se llega a la zona ajardinada desde donde se pueden disfrutar de unas vistas increíbles de Manhattan. ¡Una buena selfie asegurada!IMG_0183
  • Edificios como la biblioteca pública (hace falta ir con tiempo para recorrer su interior y ver curiosidades como la Biblia de Gutenberg-primer libro en la historia en imprimirse- o el paraguas de Mary Poppins) y su Bryan Park (donde en invierno se sitúan una de las famosas pistas de patinaje sobre hielo); la impresionante Central Station y su constelación al revés en el techo, la catedral de St Patrick’s, Flatiron Building, el edificio Chrysler, el Empire State Building, Rockefeller center, la torre Trump…IMG_0320
  • Central Park. Es inmenso, pero lo más interesante, quizás, se encuentre en ‘la zona sur’ donde yo destacaría el lago (The Lake), el memorial John Lennon –donde siempre hay algún músico callejero tocando sus canciones-, el monumento del creador de ‘Alicia en el país de las maravillas’… Una opción muy buena es alquilar unas bicicletas y recorrerlo y, por supuesto, llevar bocatas para hacer un picnic en sus verdes prados.
  • High Line, el parque construido sobre una antigua vía de tren elevada y que transcurre junto al río Hudson (atravesando los barrios de Meatpacking District y Chelsea). Va desde Gansevoort Street (tres calles por debajo de la calle 14) hasta la calle 34, entre las avenidas 9 y 12. Es un paseo que me encanta y en el que puedes ver la ciudad desde una perspectiva distinta. Eso sí, no os molestéis en recorrerlo si vuestra visita es durante los meses de invierno porque no podréis ver el color de las flores, el verde de las plantas ni escuchar el agua de las fuentes… Así como en verano es una pasada, en invierno lo único que haréis será pasar frío (y lo digo por experiencia).

Más allá de lo conocido por todos, la ciudad esconde lugares recónditos. Uno de los secretos mejor guardados es que Nueva York tiene un teleférico que conecta Manhattan con Roosevelt Island, sobrevolando East River. Con el mismo billete del metro puedes acceder a esta pequeña isla (de 3,2 kilómetros de largo) y tener otro sky line de la Gran Manzana.

Como curiosidad, también aconsejo entrar en el Hard Rock Café de Times Square, que ocupa los bajos del que en su día fue el edificio de la Paramount, abierto en 1926 y utilizado como teatro para proyectar todos los filmes de la compañía. La última película que se pudo ver allí fue ‘Thunderball‘, de James Bond, en 1966.

No alejándonos de esta zona, ofrezco otra propuesta ‘top’. Y es que si algo es típico en Nueva York son sus musicales y una buena opción para no perderte este plan, y hacerlo algo más ‘barato’, es acercarte a Times Square a partir de las 16 horas, donde hay una caseta que vende tickets sueltos para las actuaciones de esa misma noche y a un precio más bajo de lo oficial. Esta experiencia se puede extrapolar al mundo del deporte y qué mejor sitio que aquí para ver un partido de la NBA, de béisbol, de hockey sobre hielo o de fútbol americano…

IMG_0098Esta ciudad puede verse de muchas maneras y una de ellas es desde lo alto. Subir a un roof top es otra de las cosas ineludibles si pasas unos días aquí. Las opciones son muchas, de pago o gratis, así que no hay excusas. Mi apuesta es por el Top of The Rock ($36), que ofrece una vista de 360 grados en la que puedes ver el Chrysler y el Empire, dos de sus máximos competidores en cuanto a azoteas; o ya más al sur, el mirador del One World Trade Center ($36). Y aconsejo subir al atardecer, ya que así puedes ver Nueva York de día y esperar a que todo se ilumine. De los de no pago, un descubrimiento fue la terraza del Hotel Península (W 55th St con 5th Ave) –se trata de uno de estos hoteles ‘de los de antes’, en los que los camareros llevan chaleco y te ponen una servilleta debajo de la copa-; y la terraza del hotel Aqua (al otro lado del Brooklyn Brigde) es otro imprescindible. El concepto de tomar una cerveza en una terraza adquiere otro valor en los altos de este hotel con vistas al East River. Soy consciente de que como siga hablando de imprescindibles ¡¡¡os tenéis que mudar aquí!!!

Si dispones de varios días, no puedes dejar de recorrer algunos de sus museos. A mí me quedan muchos pendientes, pero sí recomiendo el de Historia Natural ($23), cuya colección tiene más de 35 millones de objetos (considerada la más amplia del mundo) y donde está la sala de los dinosaurios, con fósiles y reproducciones a tamaño natural. Si encima eres fan de Friends… ¡es una visita obligada! Del Museo Metropolitano de Arte (MET, $25) destaco el Templo de Dendur, un regalo de Egipto por la ayuda en la salvación de Abu Simbel. Y en el MOMA ($25) no puedes perderte ‘La noche estrellada’ de Van Gogh, ‘Las Señoritas de Aviñón’ de Picasso, ‘La Persistencia de la Memoria’ de Dalí e ‘Interior holandés’ de Miró. La sede internacional de las Naciones Unidas también merece un hueco en el planning. En concreto, pisar el enorme hemiciclo de la Asamblea General de la ONU y la Cámara del Consejo de Seguridad, donde se toman tantas decisiones que afectan a casi todos los países del mundo, me impresionó. Además, las visitas en español son cada hora.

Si todavía te quedan días ‘libres’, hay una serie de excursiones que puedes plantearte hacer. Personalmente no me atrae nada eso de ir como un rebaño de ovejas todos para el mismo sitio y disparando el flash de la cámara en la misma dirección, pero seamos sinceros, es una buena alternativa para ver cosas interesantes y en un periodo corto de tiempo. Así, la de Contrastes (rondan los $45) yo la recomiendo ya que visitas barrios como el Bronx, Queens, Harlem y Brooklyn en una sola mañana. Otra de las excursiones más demandadas es la de ida y vuelta en el día a Washington; pero mi marido también os recomendaría conocer Boston o Philadelphia.

Todas y cada una de las propuestas que aquí os traigo pueden preverse y contratarse con antelación, algo necesario si vuestra visita es durante los meses de verano. En época no estival, no hace falta tanta previsión. En concreto, con mis padres en febrero no tuvimos que hacer colas en prácticamente ningún sitio y pudimos improvisar sobre la marcha.

¡Ah! ¡¡¡Y no olvidéis que aquí hay playas!!! Una de las más famosas de la ciudad, y más accesible puesto que puedes llegar en metro, es Coney Island, en Brooklyn, donde, además de disfrutar de la arena y el mar, puedes comerte el hot dog más típico (Nathan’s) y viajar en el tiempo en su parque de atracciones.

Como veis, Nueva York tiene millones de cosas para hacer y disfrutar. Sólo el simple hecho de pasear por sus inmensas avenidas (5th avenue, Madison Ave, Broadway, la ribera del río Hudson…) y sus barrios y vivir el ambiente de la ciudad que nunca duerme, es recomendable. El tema de dónde comprar y dónde comer, da para otro post en la semana próxima 😉

No es ciudad para carricoches

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Después de dos meses largos paseando con Amaia por Manhattan puedo confirmar, y confirmo, que está ciudad no está hecha para los carricoches de bebés. Y, por extensión, para las sillas de ruedas.

Las aceras son muy amplias, sí, pero nada regulares. Los baches son más que habituales y no son simples altibajos, sino auténticas grietas en el asfalto donde corres el riesgo de quedarte encajada. Además, muchos pasos de peatones no tienen rebajado el bordillo. Y si lo tiene, es un tercio de su extensión y tienes que ‘pegarte’ con otros viandantes para que puedas pasar por ahí… ¡que esa es otra! Hoy en día la gente camina (caminamos) con la vista puesta en nuestras pantallas del teléfono móvil, así que también es habitual que me vaya chocando con viandantes despistados que no levantan la cabeza ni para cruzar la carretera… Muchos no reparan en que vas con un carricoche (y muchas veces con un bebé dormido dentro) y, una vez que ya se han estrellado contra nosotras, gurgutan un “sorry” y siguen su camino. Al principio me cabreaba, pero ahora soy toda una experta en las carreras de obstáculos. 😉 Por desgracia, estoy segura que esto no pasa solo en la Gran Manzana…

¡Ah! Y hemos estado a punto de ser atropelladas muchas veces. Cuando se pone el semáforo de peatones en verde, ¡zas!, te aparece un coche de alguna esquina y le da lo mismo que tu tengas la prioridad. Y no digo nada de las bicicletas, esas sí que no respetan nada ni a nadie.

Otra cosa que he empezado a fijarme en mi nueva faceta de mamá es que son muchísimos los comercios y restaurantes en Nueva York que tienen escaleras para entrar… Descartados esos bares con encanto que están en los subsuelos (con escaleras estrechas y muy empinadas), hay muchos locales en las alturas. Ya soy experta en subir de espalda escaleras con el carricoche, pero si a esto se le une que la puerta de entrada se abre hacia afuera, ¡la situación se convierte en un circo!

El otro día intenté entrar en una tienda de productos españoles de Little Italy. Tenía dos escalones como de un metro de alto cada uno (no exagero) y, cuando estaba planteándomelo, vi que la puerta era enorme, pesaba una tonelada y abría hacia afuera, así que me quedé con el antojo de oler el rico jamón ibérico que se veía desde afuera y de saber si ahí podía conseguir Mahou sin alcohol…

El comer en un restaurante a veces tampoco es fácil porque casi nunca hay hueco para poner el carrito del bebé sin dejar bloqueado el paso al personal u otros comensales. Un día en una cafetería me sugirieron que dejara el carricoche en la puerta para poder sentarme y mi amiga le tuvo que explicar a la camarera que dentro había una bebé dormida, qué no podíamos dejarla sola a la entrada. No hubo manera de que nos ubicara y tuvimos que buscar otro sitio donde merendar. Contando estas aventuras, alguien nos dijo que aquí salir con los niños era de pobres, porque se interpreta que no tenemos dinero para pagar una niñera. ¿Será que los ricos no quieren pasar un rato con sus hijos? Para mi no es incompatible la maternidad con el comer o tomar un café por ahí.

IMG_0974Y no os digo nada sobre la odisea que puede ser coger el metro… En otro post ya he comentado que son muy pocas las bocas de metro que tienen ascensor, por lo que es necesario planificar con antelación la ruta a seguir, pero ¿qué pasa si llegas y el ascensor está estropeado? Pues que tienes que echarte al hombro el carricoche ¡y la bebé, claro! Ahora entiendo porqué se inventó el porteo.

Aunque aquí rompo una lanza a favor de los ciudadanos newyorkinos, siempre que me he visto así de apurada, hay alguien dispuesto a ayudarte. Y es que aquí son muy amables con las ‘mamis’. Será la rareza de ver a una. Tanto que el otro día un hombre me paró en Union Square para preguntarme cuántos meses tenía mi bebé. El señor era de mediana edad e iba trajeado, pero yo lo primero que pensé fue que me iba a robar. Mentalmente hice un repaso a lo que llevaba encima: nada (mi mini cartera en EE.UU. se limita a la tarjeta de crédito y unos pocos dólares en el bolso del carricoche). Pasado ese primer susto, pensé que sería un viejo verde que quería coquetear. Así que con mi inglés chapucero intenté contestarle lo más borde posible y seguir mi camino. Pero el buen hombre sólo me dijo que era muy raro ver bebés en Manhattan y que tuviera suerte en mi vida. ¡Qué amable! Y yo pensando en cosas malas…

Y es que tener un niño en esta ciudad es de valientes, no solo por las trabas arquitectónicas de la ciudad, sino por el elevado coste de vida que conlleva (seguro médico, guardería, ningún apoyo familiar…) Tengo unos amigos tan valientes que van a por el segundo. ¡Os admiro!

Tablero de ajedrez para no perderse

 

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Una vez me dijeron que, si sabía contar, estaba de suerte y no me perdería por Nueva York. Y he sido afortunada, sé contar y me sé mover por esta ciudad. Y es que por muy grande e inabarcable que parezca la Gran Manzana, ubicarse en ella es de lo más sencillo, sobretodo por Manhattan.

Ignorando la parte antigua (el distrito financiero) que sí tiene un entramado de calles al estilo europeo; el resto de la isla es una cuadrícula. Para casi todos es sabido que las calles en horizontal (según miramos un mapa) están ordenadas con números cardinales y van en aumento del sur al norte. Además, todas estas calles están divididas en dos partes: este (East) y oeste (West) en función de su ubicación respecto a la Quinta Avenida, considerada la arteria principal de la ciudad. Las verticales son las avenidas y, excepto Madison Avenue, Lexington Avenue, Broadway y alguna más, el resto son nombradas con los números ordinales y derecha a izquierda. Esta última avenida también resulta una excepción a ese tablero de ajedrez del que hablo puesto que recorre la isla de norte a sur pero no va en línea recta, sino que es oblicua y traza una especie de diagonal. Además, en los cruces de Broadway con otras avenidas se forman plazas emblemáticas como, por ejemplo, Times Square (en el cruce de Broadway y la Séptima Avenida) o Columbus Circle (en el cruce de Broadway y la Octava Avenida (Central Park West) o Madison Square (en el cruce de Broadway con la Quinta Avenida).

Si esto no es suficiente ayuda para ubicarnos en la Gran Manzana, sólo hace falta levantar la mirada y fijarnos en algunos rascacielos que nos puedan servir de orientación (por ejemplo, el Empire State Building está en la calle 34; el edificio Chrysler en la 42 y el One World está en el Wall Street). Además, en todas las esquinas hay carteles que nos indican las calles de la intersección. Vamos, ¡qué no hay pérdida!

Pero New York City es una ciudad de contrastes y, si así de simple resulta no perderse entre sus calles, no puedo decir lo mismo del dichoso metro. Creo que ya me he perdido unas cuatro veces cogiendo el vagón en sentido contrario… El NYC Subway se inauguró en 1904 y, desde entonces, sólo ha hecho que ampliar su enmarañado laberinto de estaciones. Es el sistema de transporte ferroviario urbano más grande en los Estados Unidos y uno de los más grandes del mundo, con 469 estaciones y 660 millas (1.062 km) de vías primarias en servicio, según la Autoridad Metropolitana de Transporte (MTA).

IMG_6906Lo primero en lo que debes fijarte al coger el metro newyorkino es en lo que pone la boca de metro. Y no hablo del nombre de la estación, sino de la dirección: Updown (que va hacia el norte de la ciudad) o Downtown (hacia el sur). Y es que muchas entradas son exclusivas para uno u otro lado. Ok, pasado este primer ‘bache’, bajamos al andén y ¡quieto! No cojas el primer vagón que llegue porque, en esta ciudad, las vías del metro se comparten. Es decir, por el mismo andén viajan más de dos y tres líneas. Algunas líneas incluso circulan por vías distintas dependiendo de si es de día, de noche o fin de semana. ¿Qué, hasta ahora no es para tanto? Esperad que esto se sigue complicando… Hay que fijarse muy bien en que el metro que llega tiene tu número o letra (como se designan las líneas), pero también si tiene un círculo verde a su alrededor o un triángulo. Cuando veáis un círculo verde significa que esa línea es local, es decir, para en todas las estaciones y, por tanto, ese metro es más lento. Si veis un triángulo es que se trata de una línea express, que recorren largas distancias y solo paran en algunas estaciones, por lo que son más rápidas (las estaciones en las que para están señaladas con un puntito blanco sobre el mapa del metro). ¿A qué ahora si es rizar el rizo?

IMG_6831Una de las primeras veces que cogí el metro sola (y sin conocer toda esta información), me subí a un convoy express y vi pasar por delante de mis narices la parada a la que yo quería ir… y no os creáis que encima es fácil darse la vuelta, porque no todas las paradas tienen la misma línea de regreso por lo que es habitual que te pases media tarde recorriendo Manhattan, pero bajo tierra, hasta que puedas llegar al destino deseado.

Cogerlo a hora punta puede ser también bastante caótico, poca gente respeta esta ley no escrita de “dejar salir antes de entrar” así que puede que pasen uno o dos metros hasta que puedas subir en uno. Lo que me recuerda al metro de Hong Kong, precisamente por todo lo contrario. Allí había unas líneas pintadas en el suelo en los extremos de las puertas de cada vagón para delimitar una especie de ‘cola’ que se iba formando a medida que llegaban los usuarios. Respetuosamente la gente se iba colocando y, una vez que llegaba el metro, se dejaba salir para entrar civilizadamente. ¡Además, en esos vagones podías hasta comer en el suelo de lo limpios que estaban!!! No como el de Nueva York…

Por todas estas razones, el subway newyorkino es odiado y querido a partes iguales. Es viejo, muy sucio, lioso, no tiene apenas estaciones adaptadas a personas con movilidad reducida… pero gracias a él llegas a cualquier parte de la Gran Manzana y a relativo bajo coste.

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El grajo vuela muy muy bajo

En mi tierra dicen que ‘cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo’; pues en New York dudo mucho que el grajo pueda ni siquiera volar del frío que hace!!!! Todo el mundo me decía que el invierno era difícil en esta ciudad; es más, leí dos libros de Elvira Lindo (que vivió aquí durante once años) en los que describía lo mucho que le costó adaptarse a las bajas temperaturas… Pero yo siempre pensaba que los que se quejaban seguro que eran del sur y que “soy de León, estoy acostumbrada al frío, no será para tanto”. Pues sí, ¡lo es! ¡Y para más!

IMG_6629Creo que jamás había estado a -15 grados durante el día… y no veáis lo difícil que se hace… Y no es cosa de un solo día, no; es que puede estar así toda una semana. Hemos llegado a tener máximas de -7 y, por la noche, el termómetro ha bajado hasta los -22. ¡Menos 22 grados! En España sé que han alarmado todavía más, por lo que mi familia y amigos me comentaban, diciendo que íbamos a llegar a los -40. Eso ya es pasarse. En NYC no hemos llegado a esos grados (en otros estados sí), pero sí que es cierto que lo que ellos llaman el ‘real feel’, es decir, la sensación térmica, es mucho peor que lo que dice el termómetro.

Estos días he llegado a entender por qué en las tiendas venden ropa térmica. Y, por primera vez en mi vida, he salido a la calle con capas, pero no capas en la parte superior (más habituales), no. Sino unas mallas debajo de los vaqueros, dos pares de calcetines, y dos pares de guantes, por supuesto. Era una cebolla andante y así salía yo con mi carricoche -obviamente la niña también iba forrada hasta el tuétano-. Pero aún con esas, los escasos milímetros del cuerpo que quedaban a la intemperie, que se limitaban a ojos y mejillas, volvían a casa con escarcha. Os lo prometo.

Cuando creía que la situación ya no podía ir a peor, zas, ¡nieva! Y otra vez saque a relucir mi valentía. “A mí la nieve no me da miedo, en León también nieva”. Pues otra vez me equivoqué. ¡La nevada de hace diez días fue impresionante! En cuestión de minutos se fue creando una capa de nieve considerable. No fue solo nieve, sino un temporal polar que paralizó la ciudad prácticamente: se cerraron colegios, las universidades y muchos pequeños comercios. La circulación en coche, a pesar de las toneladas de sal que las autoridades distribuyeron por la ciudad, no fue suficiente para evitar el colapso de calles enteras. ¡Tanto fue que las aguas del río Hudson se congelaron!

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Bloques de hielo en el Hudson, una semana más tarde de los días más fríos.

Es curioso, durante los tres años que vivimos en Toulouse sólo nevó un día y la ciudad no supo reaccionar a tiempo (se cerró hasta el metro). Aquí están mucho más preparados y, el mismo día de la nevada, las máquinas quitanieves intentaron ‘limpiar’ lo más gordo en el asfalto y en las aceras. Lo que se crearon entonces fueron montañas de nieve. Pero el problema fue que, como seguíamos con muy bajas temperaturas, pues esa nieve se fue convirtiendo en hielo y ese hielo todavía a día de hoy, sigue deshaciéndose. Ya sabéis que la nieve es muy bonita el mismo día que cae, cuando esta blandita y blanca. Luego todo es un incordio. El deshielo provoca charcos de auténtico barro y no os voy a contar lo complicado que es conducir el carricoche de un bebé entre varios centímetros de ‘agua sucia’…

Al contrario que el suelo, y a pesar del frío y la nieve, el cielo ha estado totalmente azul y el sol invadía Manhattan. Hecho que se agradecía y ayudaba a ‘sobrellevar’ estos duros días 🙂

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…and a happy new year!

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Ante el árbol de Rockefeller.

Año nuevo, post nuevo. He vuelto a New York y al blog y vuelvo con unas líneas muy navideñas. ¡Señores, señoras, si NYC mola de por sí, en Navidad mola mucho más! La ciudad de las luces saca sus mejores galas para lucir más color que nunca en estas fechas.

Vaya por delante que adoro la Navidad. A pesar del actual capitalismo imperante, creo que todavía hay algo mágico en estos días… la gente sonríe más y es una excusa perfecta para juntarte con los más queridos. En ‘mi casa-padres’ todavía dejamos por la noche, y a escondidas, los regalos en el árbol para abrirlos la mañana de Navidad. Mañana en la que mi hermana o yo despertamos a toda la familia con un villancico de Raphael a todo trapo. Y no se abre ni un regalo hasta que no estemos todos delante del árbol.

IMG_6307Estas navidades han sido algo distintas. El árbol en esta ocasión era mucho más pequeño que el habitual (por razones obvias al vivir en un apartamento de 50 metros cuadrados) y León era sustituido por Manhattan, pero no he podido tener mejor compañía que mi marido y mi bebé. ¡Y los regalos tampoco se han abierto hasta el día de Navidad por la mañana!

El caso es que al día siguiente de poner un pie en la Gran Manzana, ya estaba ansiosa por visitar el famoso árbol de Navidad de Roquefeller Center. ¡Y, a pesar de ser más pequeño de lo esperado, no defrauda! Eso sí, hacerse una foto se convierte en toda una odisea debido a la infinidad de turistas que se agolpan para verlo. La aglomeración es tal que hay policías dirigiendo el tránsito de los peatones y las carreteras del centro limitan a un carril la circulación de los coches para priorizar el paso de los turistas.

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Pista de patinaje de Bryan Park.

Pasear (entre la multitud) por todas esas calles te hace pensar en las muchas películas americanas que hemos visto y donde salen esas calles que ahora recorren tus pies. La verdad es que el espíritu navideño te envuelve, quieras o no. Es fácil admirar los angelitos de luces que están rodeando el árbol, o las bolas navideñas gigantes que han puesto en el jardín contiguo… Y de nuevo te ves dentro de una peli cuando llegas a Brian Park y ves el mercadillo navideño con puestos de madera rodeando a la pista de patinaje. En aquel momento me entraron ganas de tumbarme sobre el suelo helado y esperar a que nevara (como ocurre en varios largometrajes), pero el peligro de sufrir un escarnio porque un patinador me arrollase me sacó de mi ensoñación.

Los mercadillos navideños son otra de las características de la Gran Manzana en estas fechas y se pueden disfrutar desde noviembre hasta enero. Además de éste de Brian Park, hay otro enorme en Central Park, en la Gran Estación Central y en Union Square. En ellos se encuentra todo tipo de productos, desde artesanía a alimentación. Es decir, como los de Europa… En Francia es habitual beber en estas fechas vino tinto caliente y aquí lo propio es beber sidra de manzana (dulce con sabor a canela). No sé, llamadme loca, pero prefiero un buen Ribera algo fresquito o un chocolate caliente a estas bebidas tan raras 😉

Impresiona ver de día la ciudad, pero de noche la magia es aún mayor. Todas las calles están cubiertas por luces navideñas y miles de fachadas proyectan luces de colores. El Empire State se ‘viste’ de rojo y verde (como Santa Claus) y todos los jardines están cubiertos de pequeñas bombillas amarillas. Además, es muy habitual cruzarte con coros callejeros a los que cualquiera puede sumarse y entonar unos villancicos.

Pero es que la decoración no queda solo en los espacios públicos. Da gusto pasear por el centro y ver los comercios con sus millones de adornos. Todas las tiendas sobrecargan sus escaparates con motivos navideños. En concreto, me llamó la atención los de los almacenes Saks de la 5th avenida donde todos los clásicos cuentos de Disney tenían un toque navideño. Tampoco tiene desperdicio cotillear dentro de los portales porque todos, absolutamente todos, tienen una corona en su puerta y un gran árbol en su entrada.

Mención aparte merece el barrio de Dyker Heights, en Brooklyn, donde los vecinos compiten en un extravagante afán por decorar sus viviendas, la mayoría unifamiliares. La elegancia queda de lado para dar paso a jardines y fachadas repletas de luces de colores y hasta muñecos navideños motorizados. Algunos propietarios llegan a pagar entre 3.000 y 6.000 dólares a empresas de decoración para que adornen sus casas y consigan ser los más envidiados de la zona. Sin duda, con el paso de los años esta afición se ha convertido en otro reclamo turístico para aquellos que visitan la ciudad en Navidad.

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Venta de pinos en Greenwich Village.

Y si algo me ha llamado la atención es que todos estos árboles de los que os hablo (desde el de Rockefeller hasta el de nuestro portal y, obviamente, el de las casas de Brooklyn) ¡¡son naturales!! Las calles huelen a pino porque en muchas esquinas hay una persona vendiéndolos. No he visto ni uno artificial, los más habituales por Europa, o hecho sólo a base de luces (como el de la Catedral de León) por lo que me pregunto cómo habrá quedado de esquilmado el bosque de donde hayan talado los millones de árboles que se ponen en New York…

Eso sí, esta semana en la que los menos perezosos han quitado ya sus árboles, los pinos yacen sobre las aceras de Manhattan haciendo compañía a las bolsas de basuras tan propias de esta ciudad (y ya criticadas anteriormente en otro post).

Pero que esta visión no os emborrone el encanto y ¡no dejéis de visitar esta ciudad por Navidad que merece, y mucho, la pena!

“El parto es la única cita a ciegas en la que puedes estar segura de que conocerás al amor de tu vida”

Pues sí, o eso dicen… En breves lo averiguaré porque estoy en la recta final de mi embarazo, aunque desde ya puedo decir que no me cabe mucha duda, y eso que mi marido ya es el amor de mi vida, pero tendré dos 😉 Pero tranquilos que no me voy a poner en plan ‘ñoño’, sé que no todo es de color de rosa. No voy a hablar de lo maravilloso que es crear vida y sentir un pequeño ser en tu barriga, no (y creerme que lo es), sino de que se avecina un mundo de pañales, chupetes y nanas. Un mundo que históricamente ha estado asignado a la mujer, porque el hombre no está preparado para oler ‘caquitas’, ni para bañar a un bebé o para pasar las noches sin dormir… O eso deben de pensar en muchos países donde el permiso por paternidad brilla por su ausencia…

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Francia es y será el país de los beneficios sociales, pero en esta ocasión está algo por detrás de España. La madre española tiene 16 semanas de baja remunerada al 100%, ampliable a dos semanas más por cada hijo, a partir del segundo, si es un parto múltiple, y en caso de discapacidad del bebé. De estas 16 semanas, las seis primeras son obligatorias para la madre, mientras que las otras diez semanas se pueden repartir entre el padre y la madre de forma simultánea o consecutiva. Por su parte, el permiso de paternidad es de dos días inmediatamente después del nacimiento (o de la decisión administrativa de acogimiento), a los que hay que añadir 28 días más (ha sido a comienzos de este 2017 que se ha pasado de dos semanas a cuatro).

El país galo contempla unos permisos algo parecidos a nosotros: la baja prenatal es de seis semanas y existe otra posnatal de diez. Es decir, 16 semanas que pueden llegar a 26 si la mujer tiene ya otros dos hijos a su cargo. Pero les llevamos la delantera respecto a los papás, allí los hombres sólo pueden solicitar hasta 14 días, tres por el nacimiento del bebé y 11 de baja por la paternidad propiamente dicha.

Eso sí, no todo son los permisos. En Francia existe una prima directa por nacimiento de hijo, el conocido cheque bebé, que llegó a ser de 923 euros (en la actualidad son 308 euros) y ofrecen otras series de ayudas si la madre o el padre decide dejar de trabajar –o reducir su actividad-  para dedicarse al cuidado de sus hijos durante los primeros años; o subsidio para la guardería o para contratar a una babysitter. En España, desde hace poco, también se cuenta con una ayuda para las mamás trabajadoras de cien euros mensuales durante los primeros tres años de vida del bebé (que pueden ser cobrados como una deducción en el impuesto sobre la renta anual de 1.200 euros, o con un pago mensual).

IMG_4506En EE.UU. no existe nada. ¿Para qué? Ni permiso ni ayudas. Ojo, permiso retribuido. Sí que es cierto que algunas empresas permiten cogerte días por nacimiento de hijo, pero esos días no son retribuidos, corren por tu riesgo y cuenta. En 1993 la situación mejoró en Estados Unidos con la aprobación del Acta Federal de Baja Médica y Familiar (FMLA, por sus siglas en inglés), la cual permite a la mayoría de los empleados tomarse hasta 12 semanas de baja médica por el nacimiento o la adopción de un hijo; pero como digo, estas bajas que permite la FMLA, en la mayoría de los casos, no son pagadas y tampoco cubren a los trabajadores de empresas pequeñas. Y esto en caso de las madres, a los papás nada de nada. Porque claro, ¿la crianza de un bebé es solo cuestión de mujeres, no? Que cosas tenemos, que el hombre trabaje y gane dinero mientras la mujer se dedica a cambiar pañales, a sofocar llantos y a hacer potitos… Ains, estos americanos van de progres y luego son los más retrógrados…

Por lo que en este ranquin de los países donde he vivido y he tenido que investigar sobre este tema, España sale favorecida. A pesar de que siempre oigo quejas en este sentido, la realidad es que tenemos una situación aventajada. Desde luego, queda mucho camino por andar y mejorar (sobre todo si nos comparamos con los países nórdicos), pero le damos mil vueltas a muchos otros países, por mucha fama que éstos tengan.

IMG_4508Y esto lo hago extensible al tema sanitario. Cuando escucho a la gente quejarse de la sanidad en España me hierve la sangre… Somos unos privilegiados, tenemos una sanidad pública, gratuita y universal que deberían de copiar muchos países vecinos. Sí, es gracias a los impuestos que se pagan, ¿pero os creéis que en el resto de países no se pagan impuestos? Pues sí, y mucho más que en España y encima existe el famoso copago… En Francia tienes sanidad pública, pero también debes hacerte un seguro privado con el que completar la cobertura, si no quieres pagar cada vez que tienes que hacerte cualquier revisión. ¡Y qué decir de EE.UU. donde la gente llega a hipotecarse de por vida por una simple operación!

Más vale prevenir que curar…

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Edificio Flatiron, en el parque Union Square donde hay macetas que restringen el acceso de los coches.

Ayer hizo tres semanas que España fue golpeada de nuevo por el terrorismo. En esta ocasión, el escenario fue Barcelona y Cambrils y el resultado son, de momento, 15 muertos y numerosos heridos. Además, siete terroristas fueron abatidos por los Mossos d’Esquadra. No es la primera vez, el 11 de marzo de 2004 una serie de ataques terroristas en cuatro trenes de Cercanías de Madrid terminó con la vida de 193 personas. Son fechas que todos almacenaremos en nuestra memoria…

Es la Tercera Guerra Mundial. Sin trincheras, pero donde los conceptos como el poder, la ideología y, como no, el dinero, vuelven a ser los protagonistas. En Francia lo tienen muy claro y así lo dejan ver. “Estamos en guerra”, nos dijo una profesora de la Universidad tras los ataques de Paris de noviembre de 2015. La Institución Académica puso psicólogos a disposición de los alumnos y un número de teléfono operativo 24 horas por si necesitábamos ayuda. En los colegios se dieron charlas a los niños para que entendieran lo que había pasado y que no confundieran los términos de musulmán con radical o terrorista. Esto es clave puesto que la mitad de la población en Francia proviene de países árabes y desde el Gobierno se intentó frenar el incremento de acciones islamófobas que se habían comenzado a registrar después del ataque a la revista satírica Charlie Hebdo. Educar al ‘poblacho’ no siempre es fácil…

Aquel día en el que nuestra tutora de la Universidad de Toulouse nos dijo que estábamos en guerra, una compañera de clase rompió a llorar. Ella es Siria, hace años que huyó con su familia de su país porque un grupo yihadista estaba amenazando su ciudad. Su marido es un prestigioso cardiólogo infantil en Toulouse, tienen tres hijos totalmente integrados en la sociedad y ella ese día acudió a clases con bufanda y gorro de lana para que en el metro no la vieran con su habitual hiyab (velo) y la insultaran o agredieran… Duro ¿verdad?

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Policía y macetas en Times Square.

Me estoy poniendo un poco melodramática y ese no era el objetivo de este post. Mi intención es explicar que, en la mayor parte de estos países, después de estos actos terroristas perpetuados por ‘lobos solitarios’, en los que la tónica habitual está siendo atropellar a viandantes (con independencia de su nacionalidad y religión), se han adoptado medidas de protección al respecto. En Francia se hizo en su día. En concreto, la principal plaza de Toulouse –peatonal- fue protegida con grandes bloques de hormigón. Estos días muchas ciudades españolas han ubicado bolardos, grandes maceteros o bloques de cemento en sus principales calles con el objetivo de que ningún vehículo pueda tener acceso a esas zonas.

IMG_4912Estas medidas de protección también están presentes en New York desde hace poco. En su día ya hablé de la gran presencia de la Policía por las calles de la Gran Manzana, pero ahora también hay bloques enormes que protegen las aceras y restringen el acceso de vehículos. Times Square, rincón turístico por excelencia, tiene las suyas; pero también todo Wall Street, la 5º avenida y Madison Avenue. Chocan visualmente porque en estos casos no son nada bonitas, deslucen un poco estos puntos tan visitados. son bloques grandes y blancos con las letras NYPD (New York Police Department), pero se supone que cumplen su fin: proteger al peatón.

En New York son vulnerables, como todas las ciudades del mundo, pero no quieren mostrar ni un pequeño síntoma de flaqueza. Tras su ataque del 11 de septiembre de 2001 no quieren jugársela. Las medidas de seguridad aquí son permanentes, pero se refuerzan cada vez que ocurren ataques terroristas en otros lugares del globo terráqueo.

¿Modificar el espacio urbano es una buena solución para evitar ataques terroristas? Supongo que no es suficiente, y que existen mil maneras de atentar que no se pueden controlar; pero más vale prevenir que curar.

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“Lega, legalización, cannabis, de calidad y barato”

image1¿Se ha legalizado la marihuana en New York y yo no me he enterado? Es exagerado, camines por donde camines te huele a esta planta. Y no sería de extrañar. California, Massachusetts y Nevada fueron los últimos en legalizarla el año pasado. La nueva regulación permite a los mayores de 21 años poseer la sustancia, así como cultivar plantas de marihuana en sus residencias privadas. La cantidad establecida para el consumo es una onza (un poco menos de 30 gramos). Pero, aunque la marihuana ya sea legal con fines recreativos en el Distrito de Columbia, Oregon, Washington, Colorado y Alaska, en New York todavía no.

Por lo tanto, la canción que Ska-P lanzaba en 1999, “Lega, legalización, cannabis, de calidad y barato”, todavía está vigente en la Gran Manzana. Además, aquí la fuman “pura”, si es que se puede llamar así. Es decir, nada de mezclarla con tabaco como los europeos, no. Aquí los porros son solo y exclusivamente de cannabis. Por lo que el olor es más intenso –y rico-.

Y no se esconden fumándola, eh? ¿Os habéis fijado alguna vez que en muchas películas salen esas trampillas en el suelo por las que se acceden a las cocinas de los restaurantes? Pues esas son reales y existen y es bastante habitual ver a los encargados de las cocinas descansando sobre esas escaleras empinadas y minúsculas y fumándose un canuto. Por descontado que en los innumerables parques de la ciudad, también encontrarás el rastro de esta sustancia. Pero también puedes ver con un porro en la boca al trajeado de Wall Street.

Y como estamos en New York y aquí todo es ‘top’, pues el pillar no iba a ser diferente… No os imaginéis al fumador prototipo que contacta con el ‘chungo’ del barrio y hacen el intercambio de droga por dinero en el parque. O que se vean en un antro de mala muerte. ¡Qué va! Aquí llamas por teléfono al camello a la hora que se te antoje y que se acerca hasta tu casa ‘bien vestido’ y con un maletín donde esconde varios tipos de cannabis. Y el producto te lo entrega metido en cajas de cristal con la información a ordenador de lo que contiene. Todo muy pulcro y muy organizado. ¡De categoría!

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Tal y como digo esto, también digo que en New York la gente prácticamente no fuma… cigarros. Apenas el 15 % de los adultos fuman en EEUU, el nivel más bajo en décadas, según una reciente encuesta realizada por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. Un dato que choca frontalmente con las cifras europeas. En Francia, en concreto, fumaba la mayor parte de la población, o esa impresión tenía yo. Siempre pensé que en España éramos fumadores, pero al lado del país vecino no somos nadie.

Las encuestas de 2016 lo certifican: los más fumadores son los griegos (37%), los búlgaros y los franceses (36% cada uno) y croatas (35%). También fuman más que los españoles los ciudadanos de Letonia (32%), Polonia (30%), República Checa y Lituania (29% en cada caso), mientras que los chipriotas, austríacos, rumanos y eslovenos fuman igual que los españoles (28%).

En Hong Kong también eran escasas las personas que se veían con un cigarro en la mano. Es más, son habituales los carteles donde se prohibe fumar en determinadas calles, en parques o en la playa. Lo curioso es que hasta 2009, cuando se recrudeció la Ley Antitabaco, sí se permitía en algunos bares, locales de karaoke, saunas y discotecas.

Supongo que la actual tendencia a la baja tenga algo que ver con las subidas de los precios. El paquete de tabaco más barato de Francia son 7 euros y en New York una cajetilla de tabaco, del más normalucho, no baja de los doce dólares… ¡un vicio no apto para todos los bolsillos!

 

¡Al agua patos!

80 grados

Odio la humedad. Mucho. Se te mete en el cuerpo, se pega y no te suelta en todo el día. Hay 35 grados, pero la sensación térmica es de 45. Lo digo en serio. No se puede respirar. No se puede dormir. Miro a los hombres que van a trabajar en traje y sufro por ellos… ¡qué condena!

A los de Sevilla les entrará la risa con este post, pero yo soy del norte, sí, y me gusta el frío, lo llevo mejor. Ojo, me encanta el verano, pero el de León, que es mes y medio y no te derrites nunca por exceso de calor, y donde siempre tienes que salir por la noche con la famosa ‘chaquetina’. Allí el frío es frío y el calor es calor, sin medias tintas. Te abrigas en invierno y punto, y en verano te pones fresco y listo. Por cierto, es la hora del chiste: ¿sabéis cómo se reconoce a un leonés en una playa? Por su ‘rebequina’. (Menos mal que lo estáis leyendo porque yo soy malísima para contar chistes, los digo del revés o no me acuerdo de la mitad…)

El caso, en Toulouse, donde el clima también era bastante húmedo (por la proximidad de los Pirineos), ya me costó adaptarme. Creo que estuve un mes de julio entero saliendo de casa con la ‘cazadorina’ por si refrescaba por la noche… y siempre volví con ella colgada del bolso. En Hong Kong la humedad también era la reina de la jornada, pero tuvimos suerte de ir en los “meses de invierno” y se soportaban los grados, que nunca bajaron de los 25… ¿Os imagináis una Navidad con calor? Os lo recomiendo. Y en Santiago de Chile son muy entretenidas…

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La gente aprovecha cualquier fuente para aliviar el calor.

Volviendo a la Gran Manzana, aquí los 30 grados del medio día siguen siendo 30 grados a las 11 de la noche. Y claro, esto no deja de ser una especie de isla, rodeada de agua (bien sea por el río o por el mar) así que la humedad es también constante. Por cierto, merece la pena resaltar los mini infartos que me dan cuando veo un termómetro con 85 grados o 95. ¡95 grados Fahrenheit…! Y ahí me veis a mí, contando con los dedos de las manos para convertir esa cifra en nuestros Celsius y poder seguir caminando.

Así que las únicas maneras de sobrevivir son quedándote en casa con el aire acondicionado, hasta que a media tarde baja un poco el sol, o pasear y meterte cada dos por tres en algún comercio o centro comercial, que además de estar aclimatados, tienen wifi gratis. 😉

Bajar al metro es como descender a los infiernos. Los vagones como tal tienen aire acondicionado, pero las estaciones, viejas, oscuras y sucias, no. Como el metro tarde en llegar más de cuatro minutos, yo estoy ya hiperventilando. Seré exagerada, sí, pero encima estoy embarazada por lo que todo el mundo dice que el calor lo noto más. No sé si eso es cierto o el aire no les llega a los pulmones a todo el mundo en esta ciudad.

Piscina pública de Astoria.

Esta situación extrema es, afortunadamente, conocida por las autoridades locales quienes han puesto a disposición de propios y ajenos varias piscinas públicas. Y en la cuna del capitalismo, donde todo es caro, estas piscinas son totalmente gratuitas. En cada barrio hay una o dos a las que cualquier persona puede acceder para sobrellevar este sofocante calor, sólo necesitas un candado para dejar en la taquilla tus pertenencias y listo, ¡al agua patos!

No os emocionéis, no son piscinas enormes con socorristas cachas y buenorros/as y un césped enorme y bien cuidado. Son piscinas urbanas, rodeadas de baldosines y miles de niños gritando y saltando a sus anchas, pero también tiene su encanto darte un bañito rodeada de rascacielos, ¿o no?.